La verdad del valor (o ética para gente con tiempo libre)

Desde hace algunas semanas, en uno de los canales de señal abierta del país, se emite el programa «El Valor de la verdad», aplicando un formato ya utilizado y desechado en otros países, cuya mecánica está dedicada a que en cada emisión sabatina, una persona, supuestamente conectada a un polígrafo, se someta voluntariamente a un cuestionario sobre preguntas vinculadas a su vida íntima, ya no privada. Por cada pregunta validada como verdadera por el «detector de mentiras’, el o la concursante incrementa un pozo de miles de soles. Como es usual en este tipo de programas, el premio crece sustancialmente conforme se van sucedientdo las preguntas, que también se  incrementan en cuanto a la profundidad de información que se desea obtener. Es como una «Quisiera ser millonario», pero sin tanto dinero y con preguntas cuya respuesta sólo conoce a cabalidad el entrevistado. La única diferencia, radica en el que no se  muestra el saber que se puede acumular, sino lo que las personas esconderían frente a su entorno.

Se han dicho de todo, fuera y aquí, sobre este programa franquiciado. Sin embargo, es interesante analizar todo el escenario. Pero para afectuarlo, tenemos que partir de un ejercicio de buena fe, diametralmente opuesto a quienes conciben y emiten este programa (elemento que será explicado más adelante): asumamos que existe el polígrafo, que no sufre manipulación alguna, y que ni el conductor ni los concursantes ni su familia actúan. Demos por supuesto también, que los exámenes previos a los concursantes no son amañados, que éstos no han llegado a ningún acuerdo previo con los productores y que contaron todas las cosas escabrosas que luego les son consultadas.

¿Porqué asumir esto y no cuestionar esta primera «verdad»? Porque en realidad es irrelevante si toda la puesta en escena es falsa o si es real. No importa discutir esto, porque hacerlo significa entrar a la dinámica perversa que el propio programa promueve: asumir que existe una sola verdad, al estilo mesiánico, y que existe alguien en capacidad de develarla, sin importar los medios a utilizarla, ya sea a través del dinero o la capacidad de convencimiento para que los implicados cambien sus versiones; y sin analizar si realmente es una «verdad», digamos fríamente, con alguna utilidad o consecuencia positiva. Descubrir si lo manifestado es real, en cuánto sucedió, no cambia nada el tratamiento y la conceptualización de «verdad» que se formula en el programa sabatino.

Luego de dar por obviada la inútil y perniciosa disyuntiva sobre si es «real’ o no lo que  se muestra en el programa, entremos a un tema más interesante, aunque curiosamente poco valorado: la conceptualización ética de la cuestión. «El valor de la verdad», desde el título pone en relieve. obviamente,  la mirada mercantilista sobre lo que se desea hacer. Los hechos personales terminan siendo objetos de intercambio por dinero, en detrimento de la protección de la vida personal e íntima. Los concursantes comercian trozos aislados de su vida íntima, poco a poco y de manera secuencial, sin tomar en cuenta contextos o situaciones particulares. Parte del paquete mercadológico de la verdad, corresponde a los familiares que colaboran vendiendo su malestar, indignación y sorpresa frente al conocimiento de las acciones censurables de sus seres queridos. Y tienen que ser censurables, no obstante la postura open minded siempre puesta como escudo por el conductor, paradójicamente conservador a más no poder, porque de otro modo no se crea valor monetario (léase: atención de los televidentes y «rating») con ello. Si los concursantes confesaran que durante las noches se escapan a colaborar en un asilo para ancianos o que donan parte de su sueldo para patrocinar un niño huérfano, no es tan atractivo para el mercado del morbo televisivo, como confesar experiencias homosexuales, que no devolverían dinero encontrado accidentalmente o que a cambio de dinero (¡Otra vez!) se otorgan favores sexuales.

El conductor del programa, Beto Ortiz ha hecho el esfuerzo por dar un mensaje en cuanta oportunidad de entrevista ha tenido, para afirmar que su programa es poco menos que   instrumento de liberación para quienes participan en él. La verdad como instrumento de  liberación,al estilo bíblico, y de este modo, se facilita el tiempo y espacio para que frente a sus familias y amigos, puedan reconciliarse con ellos y consigo mismos. Es decir, el comunicador casi efectúa ayuda social, a medio camino entre un psicoanalista comprometido y un líder religioso, que te da la absolución y te resuelve conflictos interiores, con el adicional de irte regalado con una suma interesante de dinero. Una especie de Freud de nuevo cuño con una Laura Bozzo circunspecta, sin «que pase el desgraciado’ y sin su argentino al lado.

La verdad, entonces, sale calculadamente a borbotones, en una especie de  mini cónclave de seudo-patricios dirigidos por un conductor-emperador. Desde su tribuna moral-psicológica, arremeten luego de cada pregunta, dándo ánimos al paciente-centro de la atención para que siga con la terapia televisiva.  De este modo, según el razonamiento de Ortiz, sale a flote lo que es REAL, lo que es cierto, LA VERDAD. Así todos se reconcilian en este simulacro de comisión de la verdad de la vida privada y los padres, hermanos y novios, se van tranquilos al saber de dónde salía el dinero que la hija cada tanto trae a casa. La verdad cumplió su objetivo y al conocerla, se liberaron.

¿Pero es esto cierto? ¿Es esta LA VERDAD? Nadie con mínima capacidad de razonamiento lógico, se dará cuenta de que la única verdad que surge de este contexto, es que se le puso un precio, y por lo tanto, se banalizó. Para llegar a lo verdadero vale tanto el fin como los medios: que una prostituta le diga a su familia lo que hace a cambio de dinero, es seguir prostituyéndose, sólo que ahora comercia lo único que le quedaba como suyo:la vida privada. En este contexto, ¿Puede existir reconciliación real, si se instrumentaliza el proceso? Si la respuesta a esto es negativa, ¿No cuenta también como verdad?

Sin caer en el perspectivismo de Ortega y Gasset, o en la conceptualización de la verdad nietzcheana, queremos creer que existen tantas verdades como personas, pero siempre válidas a partir de su «utilidad» para generar conocimiento.  Volvamos al tema ético, a partir de este marco: es necesario preguntarse sobre la utilidad, para el público televidente,  de conocer que un desconocido mantiene relaciones homosexuales eventuales o si un profesor coquetea con sus alumnas ¿Sirve para algo, más allá de si es cierto o no? ¿Es esa la verdad que tanto pondera Ortiz? Nuestra verdad es que no, no genera absolutamente nada, más allá de la consabida satisfacción del morbo y la proyección de lo que no queremos reconocer como propio.

Entonces tenemos una versión excluyente y mediatizada de la verdad, convirtiéndola en un objeto de intercambio monetario y, por lo tanto, paradójicamente extrayéndole toda posible utilidad que pudiera reconocerse. Abunda el interés por el retorno económico aquí y el único «bien» que escasea, es la ética frente al rol de los medios, cómo éstos asumen el papel como agentes emisores de mensajes. Esto suena a cantaleta, tildada de moralina por las principales figuras de los medios, pero también es otra verdad que debería cantárseles en la cara. Esto recuerda a aquella periodista local que responde de manera negativa, ofuscada y furiosa, cuando un joven colega suyo, le preguntó si el periodismo debe educar. Nada más conservador y poco responsable que afirmar esa idea. La comunicación -así como el periodismo- no deberían educar, pero si lo hacen, al transmitir modelos y concepciones del mundo a un público ávido de chatarra y morbo. Aquí el objetivo de un programa como «El valor de la verdad», es que unos vendan, otros paguen por ello y todos los televidentes compren un visión particular y comercial de la «verdad», colocándola como producto comercial e, irónicamente, privándola de valor alguno. Entretener por entretener no es intrínsecamente malo, pero si es perverso disfrazar el entretenimiento como «ayuda».

Y esto es una verdad, con tanto valor como cualquier otra.

7 comentarios en “La verdad del valor (o ética para gente con tiempo libre)

  1. «Y esto es una verdad, con tanto valor como cualquier otra». Tu cierre te delata. Porque tu verdad, debe ser verdad para otros?. La verdad es única, algo que sucedió y no hay forma de cambiarla. Lo demás es pura bulla, que la divulguen a cambio de dinero, es el problema del que participa, no creo que este obligado. Ahora si no te agrada, simple. apagas la tv o cambias de canal y dejas de escribir tanto rollo moralista. Acaso tu no tienes algo que has hecho y ahora te arrepientes de que halla pasado?. Antes de emitir una opinión «No tirar la piedra y esconder la mano».

    1. El «cierre» precisamente significa todo lo contrario a lo que afirmas. De todos modos: la idea central del asunto es no imponer la propia verdad a nadie, por eso lo de «Con tanto valor como cualquier otra»,
      Sobre el rollo «moralista», no tengo comentarios, precisamente lo coloqué en el texto y me adelanté a comentarios como el de usted. Eso si, da que pensar que hablar de ética o moral, sea visto como algo fuera de lugar. Señal clara de que algo raro pasa acá.

      El hecho personal de tener algo censurable o no, no tiene nada que ver con las ideas expuestas aquí. Totalmente fuera de lugar. Tanto como el refrán citado.

  2. Una semana después de tu entrada, el caso Millones. Noticia e información relevante que debió haberse conocido por el valor mismo que representaba, sobre todo por los detalles de hechos que comprometieron vidas y la capacidad del gobierno. Todo lo anterior se ventila en el mentado programa. El fondo es impecable, el suboficial es probo y revindica su institución; el problema, se ha tomado la noticia como material de consumo y los que más comentan (en las redes sociales, ej. Tw) lo hacen por moda. La noticia convertida en espectáculo, la verdad ensombrecida por lo banal. Ya no importa la verdad personal a corroborarse, o que debería corroborarse, con la verdad histórica de lo acontecido.

    Muy de acuerdo con el argumento que has expuesto en esta entrada, pero me gustaría saber ¿qué opinas del caso Millones en particular? Por el tipo de información que se expuso pareciera que hay una tuerca más que ajustar, lo que me hace pensar en Baudillard. Buena entrada, nos leemos.

    1. Hola Joseph, muchas gracias por el comentario. Totalmente de acuerdo con lo que expones, tu línea final del primer párrafo, sobre las verdades personales e históricas es precisamente un buen resumen.

      Sobre el caso Millones, tengo también la misma impresión, sobre todo en lo relacionado a la intencionalidad de todos los actuantes para armar todo este circo mediático, pasando por encima de cualquier institucionalidad donde si se deberían discutir estos temas. Lo más probable, es que luego de todo el bluff inicial, la cosa termine diluyéndose. La referencia a Baudrillard es genial, vivimos en la simulación permanente.

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